Me enamoré de un drogadicto. Espero no me odies por recordarte.
Por Cano Ig: psicologocano
Las noches
homosexuales capitalinas tienen un abanico de ofertas de entretención, lugares
mágicos que invitan al misterio y la fantasía, capaces de llevarte al extremo
de la vida. Haciéndote olvidar esa infantil frase "yo jamás haría
eso" muchas veces simplemente te transforman en el toque de fondo de una
fiesta con boleto de entrada y a la vez sin puerta de escape.
La oferta
de hombres es variada, algunos pueden llegar a la carta a través de la
aplicación de turno, otros levantados en algún bar que se resiste a morir en
pandemia o también en un cruce de calles, donde la mirada entre paquetes es una
tentación en navidad.
Colaboran
con el juego sensual que se da entre las miradas cómplices de la provocación al
límite.
En cosa de
segundo podemos ser víctimas o victimarios de una atracción que nos puede
llevar a creer en el amor instantáneo.
En una
sociedad individualista que no ha logrado saltar la barrera a lo colectivo,
cualquier gesto de empatía puede ser leído como una señal directa de amor o
interés.
Con los
años te acostumbras a la frase autoconsciente que dice "a mi edad ya no me
pasará eso, esto y aquello" y en menos de lo que dura un trago nos damos
cuenta de que estamos junto a eso, esto y aquello que decidimos habíamos negado
minutos antes, al parecer toda profecía debe cumplirse. Lamentablemente las
noches homosexuales no cuentan con un Nazareno que entregue el perdón a los
arrepentidos, también la iglesia franciscana tiene las puertas cerradas y el
cerro de Miguel Ángel necesita salvoconducto y un cuerpo compensado para ir y llorar frente a la virgen, la misma
que toco Chile en dictadura hacíendonos llorar de esperanza.
Me inicié
en la vida homosexual a temprana edad, jugar con los límites era un desafío
constante, una buena noche debía ser como una la película del sábado en los
años 80, tiempos de cassette y militares por las noches del país. La película
del sábado lleva una buena dosis de sexo, droga y rock, para mí la mezcla
perfecta de entretención.
Me
encontraba en ese momento cuando llegó él, posiblemente su porte, su voz y la
inteligencia me hicieron bajar las defensas y comenzar lo que sería una
historia de desilusiones, pasaría a ser testigo de un cuerpo acabado y
abandonado a ninguna suerte, en la vida del drogadicto homosexual la suerte es
un poco de sexo con droga que calma la ansiedad y la angustia.
El cuerpo
es solo un objeto penetrante o penetrado que hace el gancho para recibir
aquella elipse que tanto se espera.
Para mi enamorado drogadicto los cuerpos
podían ser todos, viejos y jóvenes se podían deleitar a cambio de una buena
tirada nasal. El límite ya se había perdido.
Las noches
de junta comenzaron a realizarse. Risa, droga y sexo eran parte del programa
habitual, al igual que la desaparición de dinero y objetos. Él siempre pensando
que no me daba cuenta de lo deteriorado de su cuerpo y lo opacó en su mirar. Se
podía ver la desesperanza atravesando su alma.
Una noche
de revuelta corporal, llegó la hora de terminar la frenética locura que había
comenzado 20 horas antes y que seguía forzada por la blanca sustancia que te
deja inagotable. Mi enamorado de alma deslavada intentaba decir el mejor poema
de amor, su mirada lo decía todo y lentamente, sus labios solo sostenían un
cigarro y alguna sonrisa, las palabras estaban todas en sus manos y ojos.
Cansado de
seguir la noche intento dormir, al iniciar el sueño siento ese ruido que sabía
que llegaría en algún momento. Más palabras que latidos pasaban en mi corazón.
De pronto siento una mano acariciando mi cara, un beso en la frente y un
"nos vemos pronto".
Mi abultada
billetera había quedado en una simple hoja, llena de plástico y dolor, no tan
solo había desaparecido el dinero sino también la mínima esperanza abrazada al
cambio.
Pronto llegó, contento y con las palabras en
su boca que luego bajarían a sus dedos y ojos. Me demoré, pregunto, según que
dije yo. Entro a la cama y saco de ese polvo mágico que a muchos hace perder la
dignidad. En ese momento lo invité a la verdad.
Recuerdo
parte del diálogo "No te diré nada, pero te doy la oportunidad de
contarme, tú sabes a lo que me refiero, no debes ir por rodeo ni pensar que no
sabes a lo que me refiero. Me dice dame un momento, no es fácil para mí, el
polvo de la felicidad se había llevado todo lo humanó que poseía su
cuerpo" ponerse en el lugar del otro le era un recuerdo de infancia. No
imagino que le podía hacer pensar que para mi era fácil.
Confiesa el
crimen entre los amantes, donde la traición y la desconfianza inician la fecha
del término. El tiempo siguió, preparándome para el final que me salvaría de
una vida tan infecciosa como la que me enteré de él, tan lastimada y dañada
como su cuerpo, una vida tan evitada y desaparecida donde el terminal seguro
será una lenta muerte.
Un cuerpo
para abuso colectivo por algún momento de respiro profundo, un cuerpo
irrescatable, ni para remate ni salvación podía servir. Si alguien piensa en
ganar el cielo, ese cuerpo de alma mutilada en desprecio y olvido ese era un
cuerpo vivido de estigma y grabados sociales. Un muero grafitero para los que
solo buscan el placer sexual sin mirar a los ojos, fue un romance corto, pero
intenso. Tan intenso que me robó unos años.
Con el
tiempo la sífilis y la sarna hicieron lo suyo, su necesidad de droga era todo
lo que dominaba su mente, corría la necesidad por sus venas.
Su cuerpo
comenzó a ser de todos quien pudiera calmar su frenético deseo de tener algo en
su nariz y callar la fractura de su alma.
La última
vez que lo vi, salía de mi departamento, estaba ahí, tembloroso tratando de
modular por dos cigarros sueltos, posiblemente pagados con algunas monedas
tomadas a escondida de algún pantalón amigable que paró su angustia.
El romance
fue tan corto como los efectos de la droga y tan largo como la angustia que
sentía cuando no la tenía recorriendo su cuerpo.
Creo que su
lejanía fue otra oportunidad que me dio la vida. La última vez que supe de él
estaba muriendo, su voz ya se encontraba en las puertas del recuerdo y
posiblemente una rosa blanca adornaba su velador.
Espero no
me odies por recordarte en público momentos antes de tu muerte.
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