Casi todo el mundo conoce la expresión “tirar la toalla”, una expresión que significa rendirse, o abandonar una lucha o un propósito.
Normalmente se asocia la expresión al mundo del boxeo, a un gesto con el que el entrenador de uno de los púgiles puede forzar el abandono de su pupilo. Pocos saben en cambio que la frase tiene un origen más antiguo y menos agresivo, relacionado curiosamente con el mundo de las termas romanas. En la antigua Roma las termas no eran sólo un sitio donde poder bañarse, sino también un lugar de encuentro y de reunión, donde poder urdir las conjuras políticas más oscuras o encontrar el amor de los efebos más bellos de la caput mundi.
Parece ser que ya en el siglo I d.C. se instauró una especie de ritual precisamente entre los jóvenes que acudían asiduamene a las termas en busca de fama y riquezas y los hombres de media edad que buscaban sus favores. Después de que uno de estos jóvenes había recibido una propuesta concreta, directamente o a través de amigos, se situaba frente a su pretendiente y realizaba una de estas dos acciones: o se hacía un segundo nudo en la toalla en la que iba envuelto haciendo entender que no la aceptaba o la dejaba caer ante el aplauso general de los presentes, que festejaban el nacimiento de una relación. Ya en una fecha temprana como el siglo II d.C. tenemos las primeras pruebas escritas de la expresión “linteum iactare“, “tirar la toalla”. En unas termas en la actual Turquía se ha descubierto recientemente una placa donde se lee: “Hic Antinous Hadriano linteum suum iactavit“, es decir, “Aquí fue donde Antinoo tiró su toalla a Adriano“, una placa que probablemente señala el inicio de la famosa relación entre el emperador Adriano y el joven Antínoo. De esta forma, este dejar caer o tirar la toalla comenzó a verse poco a poco como un gesto de sumisión, de rendición al conquistador, por lo que terminó adaptándose también al mundo del pugilato, a través del cual ha llegado hasta nuestros días.
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