Un día, de un modo casi cruel, me informaron que tenía sida. Ese día recuperé el pasado y
comencé, más que nunca, a pensar en el futuro.
Toda mi historia hizo un recorrido vertiginoso en mi cabeza. Casi como una pesadilla.
Mi casa de La Plata. Papá regresando de su estudio de abogado en las noches de invierno. Mamá
recibiéndolo con un beso y la comida preparada. Mi hermano con sus impresionantes anteojos y
su juego de química. Mis propios juguetes. Los sueños de todos. Una familia.
Ya más grande. Mi venida a Bs. As. Los primeros pasos solo. La aventura de la Democracia. Mi
vocación por el Teatro y Eduardo, mi amigo. El camino por andar.
Y de pronto el sida. Una visita incómoda, una presencia indeseada. Miré hacia adelante. Superé el
miedo y el dolor con la voluntad de vivir. Por el afán inmediato de aferrarme a la vida. Por la espe-
ranza y la lucha.
Un día me sobrepuse. Lo recuerdo muy claramente.. Estaba en la cama. Agobiado por ese virus
insignificante que se paseaba sin permiso por mi cuerpo. Algo se encendió dentro de mí. Tenía que
hacer algo. Porque sufría. Por todos los que en el mundo padecían el mismo mal: el sida, claro y
también la discriminación y la marginación, la censura y el rechazo. La cruel idiotez de los
hombres. Era una idea mesiánica, soberbia, quizás. Pero era mía. Vivía en mi. Como la
enfermedad y la angustia. Como el amor.
Me levanté muy lentamente. Día tras día comencé a reponerme. Comencé a demandar, a exigir,
a ayudar.
Poco, es tan poco lo que uno puede hacer ante tanto dolor, ante tanto sufrimiento.
Y sin embargo, paradójicamente, es mucho. Sí señores. Es mucho. Acompañar a un enfermo. Y
acariciarlo. Hacerle un trámite. Contribuir con dinero para su bienestar y para la investigación.
Oponerse a quienes lo marginan. Denunciar al que expulsa de un trabajo a quien es seropositivo.
Combatir todos los mensajes discriminatorios y oportunistas que nos permiten descubrir a nue-
vos enemigos de la Humanidad. Aprender de esta muestra magnífica todo lo que otros, en otras
partes del mundo, estánhaciendo por la causa.
En este camino he ido cobrando certeza. En mi lucha está mi salud. En mi trabajo en la FUNDA-
CIÓN HUÉSPED encuentro el bienestar. Y algún día, no sé cuándo, ya no importa tanto saberlo,
seguiré luchando contra toda forma de discriminación con el HIV inmunizado definitivamente en mi
cuerpo.
La Humanidad, todos lo sabemos, han pasado catástrofes peores que el sida y esta también va
a pasar.
Estaremos aún aquí el día de la cura. Soñemos ansiosamente con esa jornada gloriosa.
Yo quisiera decirles tantas cosas...
ROBERTO JAUREGUI
Fuente: Fundación Huésped | Discurso de Jauregui
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